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Los orgánicos…

Durante los últimos años se ha vuelto una de las tendencias más en boga en todo el mundo, y hoy día mueve una industria de miles de millones de dólares a lo largo y ancho del mundo. A pesar de su precio más elevado, comprar alimentos orgánicos ha pasado de ser sólo de una alternativa alimenticia a ser casi un imperativo moral, especialmente para las generaciones más jóvenes, lo más  “comprometidos con el planeta” y por supuesto, los más ricos. Pero ¿es en realidad más saludable comer alimentos orgánicos? ¿O es otra treta más de la industria alimenticia para hacernos sentir mejor y en el camino contribuir a su propio bienestar más que al nuestro?

Empecemos por mencionar que no existe un consenso mundial sobre qué es lo que vuelve a un alimento orgánico, por lo que cada país desarrollado del mundo y la UE tienen sus propias definiciones y regulaciones al respecto; pero la acepción general es cualquier cultivo o ganado criado sin ningún aditivo sintético, como pesticidas, insecticidas, reguladores del crecimiento, y por supuesto ¡Dios no lo permita! GMO’s, organismos genéticamente modificados. La comida orgánica se supone que es más nutritiva, más “natural” y más ética que su contraparte de toda la vida, y se tiene la creencia común que es mejor para el medioambiente y quienes la consumen.

Respecto a su valor nutricional, ciertos estudios han encontrado cantidades mayores de sustancias como la vitamina C o algunos ácidos grasos en cultivos orgánicos, mientras que muchos otros estudios no han podido reproducir los mismos resultados. No ha habido un solo estudio publicado que demuestre de manera contundente que los vegetales orgánicos aportan una cantidad más alta de nutrientes que sus pares menos cuidados. En realidad, en lo que todos están de acuerdo es que lo importante es tener un consumo alto de vegetales en nuestra dieta, cosa que la mayor parte de las personas no hacemos lo suficiente. Es más importante la cantidad de vegetales en tu dieta diaria que el fertilizante utilizado para producirlos.

Otra idea muy extendida es que los vegetales orgánicos son más ricos en antioxidantes que un vegetal común. Diversos estudios demuestran que esto es cierto (y normal, dado que las plantas los usan como defensa contra plagas, por lo que los orgánicos necesitan más al no tener ayuda externa), pero al mismo tiempo la ciencia no ha podido determinar cuánto nos ayudan los antioxidantes, o como nos ayudan, ya puestos. Por otro lado, no usar sintéticos no significa no usar pesticidas o plaguicidas. Los orgánicos no están libres de sustancias tóxicas, sólo que no son sintéticas.

Muchas personas consumen productos orgánicos no por conseguir una mejor nutrición, sino para evitar otras sustancias: los temidos pesticidas químicos. Pero que una sustancia química sea manufacturada no significa que sea peor que una naturalmente obtenida; el sulfato de cobre que se utiliza ampliamente como pesticida en cultivos orgánicos es considerablemente más tóxico que la opción sintética disponible. La toxicidad tiene que ver con la dosis y tu exposición a la sustancia, no de dónde proviene.

En relación a su impacto ambiental y los recursos necesarios para su producción, los orgánicos definitivamente quedan por debajo de los cultivos convencionales. Un metaestudio publicado en 2017 estudió las interdependencias en todos los elementos que formaban parte en la cadena productiva de 700 alimentos a lo largo de varios años, considerando factores como las emisiones de gases invernadero, consumo de electricidad y combustible y necesidades de suelo necesarias a lo largo de todo su periodo de vida. La conclusión del estudio es clara: no existe un claro ganador en la carrera de los orgánicos contra la agricultura convencional. Si bien en algunos cultivos orgánicos existe un gasto menor en emisiones, también es cierto que los orgánicos necesitan una mayor cantidad de tierra cultivable y agua para producir la misma cantidad de alimento, lo que básicamente nos deja al inicio del tablero.

Si en realidad te preocupa comer mejor y más saludable, y que tu impacto en el planeta sea el menor posible, hay dos maneras muy fáciles de hacerlo: consume productos locales y de temporada. Esto reduce el consumo de combustibles, reduce el desperdicio, ayuda la economía local, mejora las relaciones entre la comunidad y fortalece la producción de variedades endémicas con incluso mayor valor nutricional que las más comunes, al mismo tiempo que ahorras en tus gastos en alimentos. Mucho mejor que una etiqueta verde pegada a un plátano ¿no crees?

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